Felipe Siderio, de 31 años, se considera un rebelde pues se resistió a la llamada de Dios, pero aprendió que con la vocación no se juega. El diácono recuerda con alegría San Felipe Usila, Oaxaca, su lugar de nacimiento y se siente orgulloso de ser indígena.
Su hermano mayor lo mandó a la universidad para que se convirtiera en contador, pero no le gustaba; llegó a la Ciudad de México a los 18 años y ganaba muy buen dinero, pero no era feliz y se volvió más rebelde, cuenta.
“Me acerqué a unos paisanos sacerdotes misioneros, ellos me ayudaron a que ingresara al Seminario para estudiar. Me gustó la formación e inclusive las reglas, pero me salí. Terminé mis estudios de filosofía en el Universidad Pontificia, pero no seguí en el Seminario”.
Fue el padre José Antonio Venegas quien lo invitó a trabajar en la iglesia de San Agustín de las Cuevas, ubicada en Tlalpan, y lo exhortó a regresar, pero se negó. Eso cambió tiempo después.
“No supe en qué momento fue, pero por mi pie ingresé al Seminario de nuevo; ahí aprendí que con Dios no se juega”, comenta.
En su último año colaboró en la Parroquia de San Gabriel Arcángel, en Tacuba, y tanto él como su familia ya esperan con emoción su primera Misa que celebrará el 12 de junio en San Felipe Usila.
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