Historias de Fe

3 difíciles momentos la condujeron a su vocación: ser religiosa

En su infancia y parte de su adolescencia vivió en un entorno de violencia que le provocó dolorosas heridas emocionales que hicieron que su fe disminuyera, pero la semilla de su vocación estaba en su corazón.

“En el catecismo conocí más sobre la bondad. En una ocasión, la catequista nos habló sobre las religiosas y las monjas que hacen obras de misericordia. En ese momento me surgió el primer pensamiento: —Quiero ser buena como ellas.

“Realmente no sabía qué eran las monjas, incluso le comenté a mi mamá: —Cuando yo crezca quiero ser monja, y ella se empezó a reír sin pensar que en un futuro iba a ser realidad”.

Al llegar la adolescencia, junto con las crisis existenciales que surgen en esta etapa, la hermana Faby se volvió rebelde, agresiva. Además, en su entorno social las jovencitas de su edad o se estaban casando o se hallaban estudiando, mientras que ella no sabía qué hacer con su vida.

Por otra parte, desde los nueve años le brotó una enfermedad similar a la epilepsia; sin embargo, notaba que cuando su papá la persignaba, los síntomas se le quitaban. Al concluir los estudios médicos, los doctores que la atendieron determinaron que no tenía ningún problema de salud, así la llevaron con un sacerdote exorcista.

“El padre Juan me hizo muchísimas preguntas, y finalmente me dijo que no tenía nada, que eran heridas y resentimientos en mi corazón. También me dijo que tenía un don muy grande y que no podría verlo hasta que sanara, ese don al que se refería era mi vocación”.

Así comenzó el proceso para sanar su alma y su cuerpo.

Los “golpes de gracia”

El primero. Este ocurrió durante una profunda depresión. En la casa de una vecina, ésta se percató de que ella estaba muy mal anímicamente, y le propuso que rezaran al Sagrado Corazón de Jesús. La hermana Faby dijo que Dios no existía -era la primera vez que decía eso-; aún así, su vecina insistió que rezaran, y en medio de un ir y venir de cuestionamientos existenciales, de pronto todo se calmó, por lo que le pidió a Dios: “Entiendo, sí existes. Ahora, ayúdame a encontrarte”.

El segundo. Este fue en un momento en que se estaba lastimando físicamente; de pronto escuchó una voz clara y fuerte diciéndole: “¿Por qué me lastimas?”. Comenzó a llorar, sentía un gran dolor en el corazón por causa de sus pecados y surgió en ella una enorme necesidad de confesarse. Fue a ver a su párroco, quien la regañó fuertemente.

“Me dejó de penitencia rezar el Rosario durante un mes. Además, me dijo que tenía que ir con un psicólogo”.

El tercero. “Después de aquel día, regresé con el padre Juan, con el que estaba haciendo mi acompañamiento, y le conté. Me preguntó si me quería confesar y le dije que sí. Fue una confesión de vida, salió y volvió con Jesús en una custodia. Me puso a nuestro Señor en la frente e hizo una oración en latín. Para mí fue un momento muy fuerte -al que llamo mi tercer ‘golpe de gracia’. Al tener a Jesús enfrente, mi corazón palpitó a mil por hora, sentí mis mejillas calientes y empecé a llorar.

“El padre Juan me dio una palmada en la mejilla y me dijo: ‘¡Estás lista!’. Me abrazó. Yo no¬¬ entendía de que estaba hablando, pero para mí fue un alivio dejar de sentirme tan mal. Desde ese momento, no me volví a enfermar y en menos de una semana llegó el llamado fuerte.

Publicado originalmente en revistaencuentros.com.mx

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