Cultura

El arte religioso novohispano está en la mira de criminales

El arte sacro novohispano marca el inicio de la combinación de dos culturas: la del viejo y la del nuevo mundo, las cuales son parte de la identidad de los mexicanos, asegura en entrevista para Desde la fe, el padre Alfredo Ramírez Jasso, rector de la iglesia de Nuestra Señora de Guadalupe, en el Centro Histórico de la CDMX, y miembro de la Comisión de Arte Sacro de la IV Zona Pastoral.

El sacerdote explica que el arte religioso novohispano se valora en el extranjero, a la altura de las obras de Miguel Ángel. De hecho, las pinturas de Cristóbal de Villalpando son cotizadas fuera del país.

Por ejemplo su obra El dulcísimo nombre de María, del siglo XVII, fue solicitada para diversas exposiciones en el Louvre (Francia), el Museo del Prado (España) y el Met de Nueva York (Estados Unidos).

“El dulcísimo nombre de María” es una de las obras más famosas de Cristóbal de Villalpando.

Sin embargo –lamenta– ese sello único que tiene el arte religioso novohispano, es un blanco predilecto para el mercado ilegal.

Tres siglos de producción

Doctor en Teología Litúrgica, Ramírez Jasso refiere que en México hay un tesoro enorme de arte religioso gracias a la evangelización. “Los primeros misioneros, como los franciscanos, dominicos, etc, vieron que los nativos tenían gran sensibilidad hacia las artes, y fue a través de la pintura, la escultura y la música que los evangelizaron”.

Pero además –continúa– la evangelización dio un toque único al arte sacro que se desarrolló en los siglos XVI, XVII y XVIII. “Se crearon un sinnúmero de obras, esculturas, retablos, imágenes, e incluso, indumentaria litúrgica.

Son tres siglos de invaluable producción artística que no se cuantifica, y menos cuando muchas obras las quemaron a causa de las Leyes de Reforma; otras más se quedaron en las casas de funcionarios o se malbarataron en el extranjero. Mucho del arte religioso mexicano está disperso, y la mayoría sin catalogar”.

Un crimen contra la nación

El sacerdote consideró que al robar este tipo de obras, los delincuentes no sólo se llevan las piezas, sino la memoria histórica y la identidad de nuestro pueblo.

“La pérdida no se puede calcular en cuanto al valor material de las piezas, sino al valor estimativo que representa para la comunidad”.

Detalla que este tipo de robo se produce con más frecuencia en localidades distantes a las grandes ciudades, donde los templos no cuentan con el inventario de las piezas artísticas que poseen, y se dan cuenta del hurto hasta que observan un espacio vacío en la iglesia.

Asegura que si bien el arte en general es objeto de rapiña, el arte religioso se cotiza muy bien; y aunque lo custodia la Iglesia, por falta de presupuesto no hay elementos de seguridad que, por ejemplo, sí tienen los bancos o los grandes museos.

“Fomentar en la feligresía el conocimiento de nuestras raíces a través del arte, servirá como detonador de una valoración y cuidado del patrimonio que existe dentro de las iglesias”, concluye el padre Alfredo Ramírez Jasso.

Cynthia Fabila

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