Ajit Singh es un sacerdote lleno de vitalidad y energía. Tiene unos amigos bastante especiales: los enfermos de lepra. En Bhubaneswar (India) hay varias colonias de este tipo de enfermos —hindúes en su mayoría—. Son invisibles. La enfermedad oficialmente ha sido erradicada, por lo que estas personas no existen, no son objeto ni de ayudas ni de cuidados por parte del Estado. Ajit es divertido. Le digo que me hable un poco más despacio en su inglés marcado por su oria natal, pero el “despacio” lo interpreta como “hablar más fuerte”. Nos reímos mientras vamos surcando los caminos de colonia en colonia para visitar y atender a los enfermos. Conduce con pericia, en un zigzag en el que ha de sortear otros vehículos y también a las vacas sagradas que campean tranquilamente por en medio de la carretera.

Este sacerdote es director del Damien Institute, una asociación para el desarrollo social de los más empobrecidos. Por utilizar una imagen, es una especie de paraguas que cubre la promoción de mujeres que han superado la lepra, enfermos de Hansen atendidos en clínicas, ambulancia móvil, residencia para jóvenes estudiantes hijos de enfermos de lepra, centro para niños no escolarizados, etc. Es una labor ingente que Ajit lleva a cabo con voluntarios y otros sacerdotes como Radhelal Jatwal o Alexis Nayak. Ahora cuentan con un nuevo desafío: el ciclón Fani ha destruido el techo de varios de los edificios, algunos árboles han caído por su acción encima de las sencillas casas de los enfermos… Estos sacerdotes son imparables y, a pesar de los pesares, siguen confiando, luchando y peleando por los que no cuentan. Ellos, en esta India de lo sagrado, han descubierto que en los enfermos se halla el lugar más sagrado donde descalzarse. Han entendido el mandato de Dios a Moisés: “Descálzate, porque esta tierra que pisas es lugar sagrado”. El Papa Francisco continuamente nos recuerda que no podemos mirar para otro lado a la hora de comprometernos con los derechos humanos: «Cada uno está llamado a contribuir con coraje y determinación, en la especificidad de su papel, a respetar los derechos fundamentales de cada persona, especialmente de las ‘invisibles’: de los muchos que tienen hambre y sed, que están desnudos, enfermos, son extranjeros o están detenidos. (cf. Mt 25, 35-36), que viven en los márgenes de la sociedad o son descartados». Por la mañana temprano, Ajit va a la capilla a hacer un rato de oración y presenta la vida de sus hermanos enfermos de lepra. El día será largo pero la confianza en la Providencia la lleva grabada en el corazón. Otros probablemente tirarían la toalla.

Él, en medio de la pobreza, ha descubierto el color alegre de los saris, la sonrisa contagiosa de los niños en las colonias o el valor de ser confidente del dolor de los “invisibles”. También le alegra enormemente que algunos de sus más estrechos colaboradores sean hijos de enfermos que ahora viven con pleno sentido. Con Ajit he descubierto que llevaba razón “El Principito”: “Solo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible a los ojos”.

Por Fernando Cordero Morales

L'Osservatore Romano

L'Osservatore Romano, el periódico del Vaticano. Edición para México.

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