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Lectio Divina: “Nadie puede venir a mí, si no lo atrae mi Padre”

Lectura del Santo Evangelio

En aquel tiempo, criticaban los judíos a Jesús porque había dicho ‘yo soy el pan bajado del cielo’, y decían: “¿No es éste Jesús, el hijo de José? ¿No conocemos a su padre y a su madre?, ¿cómo dice ahora que ha bajado del cielo?”. Jesús tomó la palabra y les dijo: “No critiquen. Nadie puede venir a mí, si no lo trae el Padre que me ha enviado. Y yo lo resucitaré el último día. Está escrito en los profetas: ‘Serán todos discípulos de Dios’. Todo el que escucha lo que dice el Padre y aprende, viene a mí. No es que nadie haya visto al Padre, a no ser el que viene de Dios: ése ha visto al Padre. Les aseguro: el que cree tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Sus padres comieron en el desierto el maná, y murieron: éste es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo: el que coma de este pan, vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne, para la vida del mundo”. (Jn. 6,41-52)

“Nadie puede venir a mí, si no lo atrae mi Padre”

Jn 6,41-51
P. Julio César Saucedo

Lectio: ¿Qué dice el texto?

Continuando con el signo de la multiplicación de los panes y el discurso sobre el “Pan de la Vida”, el presente texto evangélico inicia con la murmuración de los judíos. Este verbo en griego alude al sonido de una paloma y, en hebreo, al ladrido de los perros. Teológicamente es el verbo de la ‘rebelión’ (cfr. Ex 15,22.27) con el que inicia un juicio en contra de Dios; en este caso, contra Jesús, cuyo proceso judicial de los judíos versa sobre su humanidad: “¿No es este el hijo de José? […] ¿Cómo nos dice ahora que ha bajado del cielo?”.

Por su parte, Jesús responde mediante dos fases: en primer lugar, expresa su íntima y estrecha comunión con el Padre y, en segundo lugar, alude a una promesa narrada en Isaías (54,13): “Todos tus hijos serán discípulos del Señor, y será la dicha de tus hijos”. El discipulado bajo esta dinámica significa docilidad (aquellos que aprenden) y maleabilidad (dejarse moldear). En esta perspectiva todo ser humano no puede ser autodidacta de la fe, ni mucho menos puede autoconstruirse una relación con Dios.

Meditatio: ¿Qué me dice el texto?

El texto nos coloca en una cuestión interesante: la fe, ¿es un don de Dios o depende del empeño de los hombres? ¿No es cierto que, ninguno puede llegar a Jesús si el Padre no lo atrae? Entonces, ¿la fe depende sólo de Dios y, por ende, el hombre no debe hacer nada? Si decimos solamente que la fe es un don de Dios, sin duda que, se exalta la gratuidad del don, pero el hombre se convierte en alguien pasivo; más aún, si la fe es un don, ¿por qué todos los hombres no la poseen? ¿Acaso Dios hace alguna diferencia para saber a quién donarla? Por otra parte, si decimos que solamente la fe es la respuesta del hombre, entonces, ¿dónde queda la gracia? Es por ello necesario aclarar que la fe se comprende en la dinámica de una relación: creer, en efecto, significa entrar en relación con Dios: “Todo aquel que escucha al Padre y aprende de Él, se acerca a mí”. En este sentido, entra el drama de la libertad humana pues Dios concede este don sin diferencia alguna, pero el hombre puede hacerlo suyo o rechazarlo.

Expresar, entonces que, la fe es un don de Dios, significa que Él en su infinita misericordia está dispuesto a entrar en relación con el hombre –Dios siempre es el primero en amar– y al mismo tiempo, la relación con el Señor requiere de la decisión libre. Por eso, san Agustín expresó con grandísima profundidad: “Dios que te creó sin ti, no puede salvarte sin ti”. Preguntémonos: ¿cuáles han sido mis murmuraciones con las que he rechazado a Dios? Al participar de la Eucaristía: ¿me dejo moldear por el Señor? ¿Cómo estoy viviendo mi discipulado?

Oratio: ¿Qué me hace decir el texto?

“Constantemente estoy recibiéndome de tu mano. Así es y así debe ser. Ésta es mi verdad y mi alegría. Constantemente me miran tus ojos, y yo vivo de tu mirada, Creador y Salvador mío. Enséñame a comprender, en el silencio de tu presencia, el misterio de que yo exista; y de que exista por ti, ante ti y para ti. Amén” (Romano Guardini).

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