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Cielo y Tierra: Lo que no se ve

Alejandra María Sosa Elízaga

Al enterarme de que Stephen Hawking murió, no pude evitar pensar: ‘ya se dio cuenta de que Dios es real, ahora que lo vio cara a cara, cuando enfrentó su juicio personal. Qué tristeza que vivió una vida de amargura, sin el consuelo de conocerlo.’

Leí que en una entrevista que concedió al periódico El Mundo, declaró: ‘Antes de entender la ciencia, es natural creer que Dios creó el universo. Pero la ciencia ofrece una explicación más convincente. Por eso soy ateo. Y en un programa del Discovery Channel afirmó: ‘No hay Dios. Nadie creó el universo y nadie lo dirige. Tenemos esta vida única para apreciar el gran diseño del universo’. Es curioso que hablara del ‘diseño del universo’, y no aceptara que tras todo diseño, ¡necesariamente hay un Diseñador!

Es un error, muy común entre algunos estudiantes y científicos, considerar que solamente se puede conocer la realidad a través de la ciencia, y que lo que la ciencia no pueda observar, medir, comprobar, simplemente no existe. Es una manera muy estrecha y limitada de pensar, pues hay muchas realidades que no son observables, medibles o comprobables mediante el método científico. Por ejemplo, no se puede observar ni medir lo malo, lo bueno, la imaginación, los sentimientos, pero no los podemos negar. La ciencia tampoco puede responder las cuestiones esenciales del ser humano: ¿quién soy?, ¿quién me creó?, ¿por qué?, ¿para qué?, ¿cuál es el sentido de mi vida?

Existen otros modos de conocer la realidad, aparte de la ciencia, por ejemplo, el razonamiento, la lógica, la intuición, y, desde luego, la fe.

Hay quien cree que la fe es una muleta para débiles, un recurso de gente ignorante, un invento de la humanidad para explicar lo que la ciencia todavía no explica. También hay quien cree que la fe es opuesta e incompatible con la ciencia, pero no es así.

No se oponen, son dos maneras, complementarias, de mirar.

La fe no es, como algunos piensan, un salto al vacío, una irrazonable creencia en lo que no existe. Es simplemente la capacidad de percibir, a través de lo que se ve, lo que no se ve. Es contemplar la creación, y saber que hay un Creador; es vivir nuestra vida sabiendo que Dios nos la dio y por ello tiene un propósito, un sentido, un fin. ¿Cómo lo sabemos? Porque Él mismo nos lo reveló. Si Dios no nos hubiera hablado, no sabríamos nada de Él, y se podría pensar que cuanto decimos de Él es invento nuestro. Pero Él entró en nuestra historia, se hizo uno de nosotros, vino a enseñarnos a edificar y habitar Su Reino de amor, de justicia, de verdad, de perdón, de fraternidad. Murió para librarnos del pecado y de la muerte, resucitó, y nos invita a pasar con Él la eternidad. Y aunque la existencia histórica de Jesús es admitida hasta por historiadores no creyentes, y de Su Resurrección, hay, entre otras, una evidencia científica irrefutable en la Sábana Santa, lo relevante para nosotros no es poner nuestra atención en lo material, sino en lo espiritual, no en lo que vemos, sino en lo que no vemos.

Nos acercamos a la Semana Santa. Ojalá la vivamos así, y más allá de lo que veamos con los ojos del cuerpo, sepamos ver con los ojos del alma. Que el Jueves Santo, sepamos ver a Jesús, que nos da ejemplo de humildad y servicio en el lavatorio de pies; y nos entrega Su Cuerpo y Su Sangre, en la Eucaristía. Que el Viernes Santo sepamos verlo cuando nos invita a acompañarlo en Su calvario; y por amor a nosotros acepta ser injustamente condenado, flagelado, escupido, abofeteado, negado, coronado de espinas, clavado en la cruz y colocado en el sepulcro. Que en la Vigilia Pascual sepamos verlo quebrantar con Su luz nuestras tinieblas. Que el Domingo de Pascua sepamos verlo Resucitado, y el resto de nuestra vida sepamos verlo siempre presente a nuestro lado.

Sistema Informativo de la Arquidiócesis de México

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