"Dignitas infinita": texto íntegro en español sobre la dignidad humana

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Ángelus Dominical

P. Eduardo Lozano YO YA LO HABÍA VISTO en diversas reuniones clericales, pero no lo conocía más que de fachada, y resultó que coincidimos en la misma mesa de un sabroso restaurante a la que nos invitaron sin que ni el P. Pablo o yo supiéramos que estaríamos compartiendo el pan y la sal –como […]

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P. Eduardo Lozano

YO YA LO HABÍA VISTO en diversas reuniones clericales, pero no lo conocía más que de fachada, y resultó que coincidimos en la misma mesa de un sabroso restaurante a la que nos invitaron sin que ni el P. Pablo o yo supiéramos que estaríamos compartiendo el pan y la sal –como proverbialmente se dice– aunque en realidad nos sirvieron una salsa verde y tacos de ternera… SU APELLIDO LO DIRÉ porque no tengo empacho en publicar algo de lo que estuvimos platicando (y espero que el P. Rubio tampoco); además diré que lo más nutritivo de la comida fue la suculenta plática en donde me mantuve casi calladito, pues los 78 años de vida y los 52 años de sacerdocio  no hacían mella a su espíritu jovial y su entrega misionera, ni a sus ganas de compartir el tesoro de su ministerio, particularmente vivido en la marca del sacramento de la Reconciliación… CON LA SENCILLEZ Y CONTUNDENCIA propias de la sinceridad, nos compartió que toda –¡toda!– su vida ministerial siempre –¡siempre!– ha llegado 30 minutos antes –¡antes!– de la hora indicada para la Eucaristía y se pone a confesar –¡confesar! – a quien lo requiera… POR SUPUESTO QUE LA DISCIPLINA aquí queda superada por la entrega, la dedicación, la convicción de ser ministro del perdón de Dios, de ser vehículo de su misericordia, de saberse instrumento de Jesús, que recibía a pecadores y perdonaba a prostitutas… JURO Y VUELVO A JURAR que mi asombro aderezó el plato que ya nos habían servido y en ningún momento –¡no había mínima razón! – dudé de las diversas anécdotas que nos platicaba, todas en torno al sacramento del perdón, con el que está íntimamente, profundamente, radicalmente, identificado… HE CONOCIDO SACERDOTES que son muy duchos dando clases de teología o filosofía o de las más variadas ciencias humanas, biológicas, matemáticas, artísticas y hasta informáticas: para todos ellos un aplauso –¡sólo uno!–; he conocido sacerdotes que se entregan a la pastoral juvenil, vocacional, litúrgica, social, y hasta se inventan modos nuevos y apantallantes (pastoral de la farándula, pastoral de la globalización, pastoral de las élites, pastoral del tercer milenio): para todos ellos también un aplauso –¡pero solo uno!–… TAMBIÉN HE CONOCIDO a sacerdotes –y me han edificado enormemente– que se dedican a la educación, a la formación en los seminarios, a las misiones populares, indígenas, serranas, urbanas, diplomáticas y anexas: para todos ellos dos aplausos –¡sólo dos! –; también daré dos aplausos –aunque merezcan más– a los sacerdotes que atienden enfermos, a los que asisten a los presos, a los migrantes, a los ancianos, a los tóxicodependientes; y para no hacer más larga la lista, repartiré tres aplausos a todos los demás, ¡y ya!, y que ninguno se sienta excluido… A MEDIA COMIDA y para agradecer plenamente su testimonio y entrega, me hinqué a un lado del p. Pablo Rubio y con toda sinceridad (aunque a veces soy medio teatrero) le agradecí a nombre de tantos y tantos penitentes por su convicción y servicio, pues mientras que el común de curas nos ceñimos al horario designado a las confesiones, este hermanito presbítero sencillamente supera toda programación y circunstancia, y confiesa a tiempo y a destiempo, en lluvias o en sequías, en adviento y pascua, en ayunas y en fiestones, ¡hasta dormido ha de buscar a quien administrarle el perdón de Dios!… “¿QUIÉN PUEDE PERDONAR pecados sino solo Dios?” (Lc 5,21), así se preguntaban los escribas y fariseos, y así buscaban denostar a Jesús; y sin que eso sea falso, Jesús mismo envió a sus discípulos a perdonar con el poder de Dios, tal es lo que todo sacerdote hace en el sacramento de la reconciliación; y aunque Jesús predicó y enseñó a las multitudes, y aunque realizó numerosos milagros y curaciones, y aunque se encontró en privado con ciertos personajes y a otros los alabó o los encaró en público, lo más peculiar y desconcertante que hizo fue perdonar los pecados… YA PARA CUANDO LLEGÓ EL POSTRE con el café, y luego la hora de retirarnos, yo ya tenía resuelto escribir en esta columna sobre el P. Pablito, entre otras razones para decir que quienes somos curas hemos de dar más tiempo y calidad a este ministerio, tan necesario y urgente ahora y siempre; y los que nos acercamos al sacramento de la confesión –como penitentes– ojalá que lo hagamos sin estorbar a otros con nuestras historias interminables, sin pretender un mero desahogo psicológico, sin que le demos alas a nuestros escrúpulos y meticulosidades, sin que lleguemos a ser medrosos o rutinarios; que no perdamos de vista la búsqueda del perdón de Dios y el esplendor de su misericordia… Y SI ACASO QUIERES PREPARARTE para realizar una buena confesión, seguramente te ayudará participar en la siguiente Noche Santa, y lo digo no por hacer mero anuncio publicitario, sino porque pretendemos que siempre sea “una experiencia de fe en el corazón de la Ciudad” y eso nos dispone a la conversión constante, al encuentro con Jesús misericordioso; si quieres mayor información llama ya al 57 02 24 02, pues nos veremos el próximo sábado en punto de las 20 hrs.; (¡Gracias, P. Pablito, por parecerte tanto a Jesús!)…



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