Es en la familia donde recae el papel más importante para la formación y desarrollo de las personas; donde se enseñan no sólo los valores morales y éticos, sino los espirituales. Y es a partir de esta realidad humana que surgió el concepto de la familia como iglesia doméstica.
La expresión iglesia doméstica se ha usado desde el principio del cristianismo. En su Carta a las Familias del año 1994, el Papa san Juan Pablo II explicó que “los Padres de la Iglesia, en la tradición cristiana, han hablado de la familia como una ‘pequeña iglesia’, que, como la gran Iglesia, tiene necesidad de ser evangelizada continua e intensamente”.
Así pues, si bien la familia como iglesia doméstica ha dado grandes beneficios sociales, también es cierto que hoy tiene importantes desafíos. Por ejemplo, el ritmo de vida moderno, las distracciones tecnológicas, o un sinnúmero de factores externos que pueden condicionar la formación espiritual en el hogar.
Para superar los desafíos que nos impiden hacer de nuestro hogar una iglesia doméstica, es importante enseñar con el ejemplo. Es preciso buscar momentos de oración y reflexión en familia, impulsar los valores éticos y morales. Además de participar en actividades que hagan bien a la comunidad y tener en un lugar importante las obras de caridad.
En un mundo cada vez más secularizado, la idea de la familia como iglesia doméstica ofrece un recordatorio valioso de la conexión entre la fe, la familia y la construcción de una sociedad basada en valores sólidos.
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