El Evangelio del día (Juan 10, 22-30). Se celebraba en Jerusalén la fiesta de la Dedicación del Templo. Era invierno, y Jesús se paseaba en el templo por el pórtico de Salomón.
Los judíos, rodeándolo, le preguntaban: “¿Hasta cuándo nos vas a tener en suspenso? Si tú eres el Mesías, dínoslo francamente”.
Jesús les respondió: “Se lo he dicho, y no creen; las obras que yo hago en nombre de mi Padre, esas dan testimonio de mí. Pero ustedes no creen porque no son de mis ovejas. Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano. Lo que mi Padre me ha dado es más que todas las cosas, y nadie puede arrebatar nada de la mano de mi Padre. Yo y el Padre somos uno”.
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Sobre el Evangelio del día. Hoy, en muchos espacios públicos se busca silenciar todo lo relativo a la fe cristiana y a las y prácticas religiosas, como si esto perteneciera únicamente al ámbito privado. No lo permitamos, porque no es cierto. La fe tiene su dimensión pública, y tiene derecho a ser expresada, no ocultada; escuchada, no silenciada.
La fe es un asunto personal y también público, porque propone una serie de valores y denuncia una serie de injusticias, y lo que tiene que decir no debe ser marginado. En muchos lugares no es políticamente correcto que un famoso deportista, cantante, político o actor de cine hable de sus creencias religiosas, de su fe o de su falta de ella.
Seamos, entonces, políticamente incorrectos, y expresemos sin miedo, en actitud dialogante, nuestra fe en todos los espacios de nuestra vida: trabajo, círculos sociales, comunidades vecinales, etcétera.
El Evangelio de Juan insiste en la figura de Jesús Buen Pastor, que llama a sus ovejas y cuida de ellas hasta dar la vida, con un amor sin límites. ¿Qué nos puede pasar con un cuidador de tanta categoría?
¡Actúa, trabaja y confía! Porque el “pastor” cuida de ti como cuidó de los primeros discípulos, como ha cuidado a tantos creyentes y como nos seguirá cuidando a los que sigamos escuchando su voz.
Reflexión tomada de Juan Lozano, cmf., en CiudadRedonda
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