El Evangelio del día (Mateo 5, 13-16). En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Ustedes son la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No servirá más que para tirarla fuera y que la pise la gente. Ustedes son la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte. Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo de una olla, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa. Brille así su luz ante los hombres, para que vean sus buenas obras y den gloria a su Padre que está en el cielos”.
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Sobre el Evangelio del día. El que gusta de la sal, encuentra todo desabrido si no le pone sal. Así como la sal crea cierta adicción, del mismo modo nosotros debemos contagiar a los otros de nuestra necesidad de Dios.
Eso sí, hay que cuidar la “dosificación”. Ni poca ni mucha. Si falta sal, el plato resulta insípido. Pero el exceso de sal puede hacer que sea desagradable, incomestible. Así, hay un estilo cristiano de ser: un estilo cobarde, tímido, tembloroso, sin sal. Pero hay también un estilo cristiano invasor, aplastante, agresivo, desapacible, jactancioso, alborotador; es decir, con un exceso de sal.
Agregar una dosis adecuada de sal a nuestro estilo de ser cristianos, no tiene que ver con dar un testimonio jactancioso de nuestra fe, sino con comprometernos en mantener viva la alianza que el Señor ha establecido con nosotros, perseverando en nuestra relación con Él mediante la Eucaristía y la oración, para poder dar -ahora sí- un testimonio poderoso de nuestra relación con Jesús.
Comentario basado en la reflexión de Alejandra Sosa de su curso sobre San Mateo, en Ediciones 72
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