Recordaremos por mucho tiempo el domingo 10 de mayo del 2020 por la coincidencia práctica con el “pico de la pandemia”: ni una situación así nos lleva a olvidar una efeméride crucial en la genética festiva de los mexicanos. Ni a dejar de lado una palabra que, nacida Desde la fe, nos ilumine en situación de confinamiento.
Ser mujer (madre, esposa, hija, abuela, tía, hermana, sobrina, nieta, prima o simplemente amiga) es mucho más que constituir la mitad del género humano, y encierra una tarea que va más allá de la obtención o reconocimiento de derechos, así como de la exigencia de paridades de género o de luchas emancipadoras.
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Recordemos las palabras del Génesis (1,27): “Y creó Dios al ser humano a imagen suya: hombre y mujer los creó.” De ahí que todo halago o denuesto que se haga a la mujer, también incide en el varón y -a final de cuentas- en Dios mismo.
Es clara la unidad y complementación entre el hombre y la mujer, y por eso seguimos en deuda histórica, cultural y secular ante quien tiene una vocación tan sublime como la maternidad. Hoy retomamos tres palabras sugeridas por el Papa Francisco para la vida en familia, y las referimos directamente a la mujer, a quien podemos nombrar como “la mitad de la imagen y semejanza de Dios”.
Toda relación humana está en riesgo de la ofensa y la ruptura. Pero también está en posibilidad del reencuentro y la reconciliación. En familia y en sociedad hemos de pedir perdón a la mujer (esposa, hija o madre) y por sobrados y conocidos abreviamos mencionar los motivos. Recordemos que el perdón auténtico es fruto del amor que vuelve a unir a los iguales, que asemeja a los dispares, que hace capaz de coincidir a los opuestos. Indispensable -siempre- el perdón que sana las imprudencias y los abusos, que posibilita la solución y el crecimiento.
Dicta el dicho popular que “en el modo de pedir, está el dar”. Y cuando la petición o la súplica es honesta, nada cuesta decir “por favor”, superando con mucho la educada cortesía y llenando esas dos palabras del cálido afecto necesario en la relación familiar. Al decir “por favor” hemos de mirar a los ojos, hemos de recurrir al corazón, hemos de abrir las manos con respeto. En familia y en sociedad hemos de dirigirnos a la mujer (ciudadana, empleada, campesina o literata) con un respetuoso “por favor”, pues su papel y su trabajo, su valía y su dignidad son tan necesarios como bellos.
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Otro dicho popular reza que “es de bien nacidos ser agradecidos”. Al agradecer reconocemos el don recibido, valoramos la generosidad que han ejercido y nos comprometemos a utilizar del mejor modo lo que nos han otorgado. Si alguien agradece sólo por falsa cortesía se queda tan hueco como su gesto vacío. Decir “gracias” en familia y en sociedad a la mujer (mitad de la imagen y semejanza de Dios), es encontrarnos con nosotros mismos, en reubicarnos en el camino de la confianza y la paz. Decir “gracias” es encontrarnos con Dios.
Desde la Fe -y con todo el corazón- deseamos a cada mujer (madre por generar la vida, madre por servicio a la vida, madre por mística y vocación) la plenitud de su ser en su verdad más propia.
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