Tal parece que nunca había sido tan fácil ni tan rápido opinar con tanta superficialidad como ahora. Las tecnologías y su ritmo frenético nos lanzan veloces al terreno resbaladizo de foros en donde parecería que quien levanta más la voz, o quien es más “popular”, ocurrente o “atractivo”, se hace dueño de una verdad de celofán, al punto de poder descalificar a la misma evidencia.
Siempre hemos necesitado de verdades sólidas, de principios y hechos que sustenten y fortalezcan la vida familiar y social. Jamás saldrán sobrando los ideales claros. Quien desdeñe los datos ciertos de la ciencia, o los valores que aportan la belleza, o los auténticos principios religiosos, tarde o temprano saldrá perdiendo.
Uno de los caminos requeridos por el ser humano y esenciales para su crecimiento —independientemente de la situación histórica o de la latitud geopolítica— es la reconciliación. Pero tengamos mucho cuidado al abordar este concepto, pues el mero hecho de referirlo desde los más altos escaños o púlpitos del poder público, hasta el ambiente íntimo de la familia o la amistad, reconciliación es una palabra que compromete y vincula, que exige seriedad y respeto.
No vayamos a caer en la burda tentación de manipularla a capricho, de utilizarla como mero adorno retórico para hacer más vistoso el disfraz populista, o de enarbolarla con fines hipócritas.
Quien deje la reconciliación en el plano de “borrón y cuenta nueva”, o quien la establezca como escenario libre de otros actores para su lucimiento personal o de grupo, o quien pida paz cuando se ha pasado años polarizando o provocando violencia –velada o explícita- sencillamente provocará la duda.
¿Cómo se puede promover la auténtica reconciliación cuando la salida fácil para las responsabilidades asumidas es acusar de todo problema a los de atrás?, ¿Es serio decir que se ofrece la mano para reconciliar cuando se descalifica, se denigra o se borra todo lo hecho por generaciones anteriores?, ¿Qué pacifismo superficial o simulado es el que inspira una reconciliación que sigue haciendo de cada debate una ocasión para ganar popularidad?
Mal haremos en opinar sobre un valor capital: la reconciliación es -sin duda- volver a un camino común a pesar de las diferencias, es retomar el pasado en sus valores para abrazar el futuro -de todos- con honestidad; no con promesas seductoras, pero imposibles.
Reconciliar es dar reconocimiento también a los “otros” y defender la dignidad de todos.
La reconciliación no puede quedarse en anhelo romántico de una transformación autorreferenciada o de movimientos de tablero que ignoran la estrategia del competidor.
Pongamos bases para una reconciliación en serio. Un buen principio consistirá en aceptar el propio error y en abrirse a la capacidad de corrección. Y las opiniones superficiales, sencillamente habrá que dejarlas muy lejos.
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