Llevamos más de 100 días en medio de la crisis sanitaria más grave de los últimos años. Una crisis que ha causado más de 25 mil muertes tan solo en México, que nos ha hecho permanecer en confinamiento, que ha afectado nuestra economía, que ha visibilizado la profunda desigualdad que hemos tolerado, que nos ha llenado de incertidumbre y se ha robado nuestra cotidianidad.

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¿Qué lección queremos que nos deje esta pandemia? ¿Cuál es el significado que queremos darle?

El Papa Francisco nos dio una orientación al respecto en el punto más alto de la pandemia en el continente europeo, y en el marco de una icónica escena con la Plaza de San Pedro totalmente vacía:

“Codiciosos de ganancias, nos hemos dejado absorber por lo material y trastornar por la prisa. No nos hemos detenido ante tus llamadas, no nos hemos despertado ante guerras e injusticias del mundo, no hemos escuchado el grito de los pobres y de nuestro planeta gravemente enfermo. Hemos continuado imperturbables, pensando en mantenernos siempre sanos en un mundo enfermo”.

Han pasado tres meses desde que, para muchos, comenzó el aislamiento y hoy, poco a poco, gradualmente, buscamos regresar a las calles para retomar nuestras actividades; desgraciadamente, a veces pareciera que la pandemia lo único que nos ha dejado como lección es el uso de gel antibacterial y cubrebocas.

Esta emergencia mundial debe incidir en nuestro caminar como sociedad, en el aprecio por las oportunidades de las que gozamos, en el propósito de nuestras acciones y en nuestra relación con los demás. Esta crisis es un mensaje de alerta a la humanidad que nos llama a ser mejores y más fraternos en el esfuerzo por sanar nuestro mundo.

Lamentablemente algunos han tomado la emergencia como ocasión para ahondar en la polarización, la descalificación o el desprecio hacia el otro. Es tiempo de ponernos en el lugar del otro con el ánimo de sumar, no de insultar, es tiempo de construir y de trazar juntos el camino a una nueva vida, no de revivir rencores y exacerbar diferencias.

Apenas hace unos días fuimos testigos de un hecho inédito en la Ciudad de México, el violento atentado al secretario de Seguridad Ciudadana, que se suma a otros hechos cotidianos que violentan a alguien en esta compleja ciudad y que inevitablemente alimentan el desasosiego y el miedo.

Sea esta coyuntura de regreso gradual y prudente a las actividades, oportunidad para llamar a gobernantes, empresarios, comunicadores y a la sociedad mexicana en general, a reflexionar sobre cómo poder unir y convocar para que el retorno y la adaptación a las nuevas condiciones sanitarias, dé testimonio de que ya no somos los mismos, de que hemos aprendido algo y podemos intentar ser mejores.

Pongamos, cada uno, nuestro esfuerzo; trabajemos desde nosotros mismos y desde la familia por la recomposición del tejido social. Menos insultos, menos violencia física y verbal, menos rencor y más unidad.

Y recordemos que, en esta tempestad, necesitamos mirar por el otro para salvarnos, porque solos nos hundimos. En voz del Papa Francisco, entreguemos a Dios nuestros temores, para que los venza. “Porque esta es la fuerza de Dios: convertir en algo bueno todo lo que nos sucede, incluso lo malo. Él trae serenidad en nuestras tormentas, porque con Dios, la vida nunca muere”.

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