Si alguien sube al transporte público de la Ciudad de México, es probable que note que algo anda mal. La separación de hombres y de mujeres es exigida en varios medios de transporte, como el Metro y el Metrobús. En algunos lugares es posible ver autobuses exclusivos para el uso de mujeres y personas mayores. La razón es que, con la separación, se busca disminuir las vejaciones contra las mujeres. En los vagones del tren ligero hay letreros con imágenes para disuadir el acoso entre menores. Nuestra sociedad no está bien y que sea necesario separarnos de esta forma, es señal de enfermedad. Nos lamentamos por las terribles y dolorosas noticias sobre feminicidios y diversas formas de violencia contra la mujer. En un ambiente de deterioro social cotidiano, se han suscitado actos de terrible agresión y de vergonzosa impunidad. Hay que cambiar esta cultura en la que la mujer puede ser motivo de desprecio y muerte.
Mujeres y hombres fuimos creados por Dios con idéntica dignidad. Cristo ha rescatado y santificado a mujeres y hombres sin ninguna distinción. “En efecto, todos los bautizados en Cristo se han revestido de Cristo: ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer” (Gál 327-28ab). Además, sabemos que mujeres y hombres no sólo compartimos la misma dignidad, sino que fuimos creados para complementarnos mutuamente. La complementariedad se manifiesta no únicamente en la posibilidad de engendrar vida, sino que esta complementariedad abarca todas las dimensiones de la realidad humana: la afectiva, la espiritual, la profesional y la manera de ver la realidad, etc.
Todos hemos nacido de una mujer. Su amor y sus cuidados han sido fundamentales para sobrevivir, crecer y desarrollarnos. Asimismo, un hombre no puede ser verdaderamente hombre sin la presencia de una mujer. Él descubre su identidad gracias a que se reconoce con la misma dignidad, pero también distinto de ella. La mujer y los hombres, con sus cualidades respectivas, se permiten ser mejores y más plenos. Cuando un hombre maltrata a una mujer, se degrada a sí mismo, se comporta con lamentable cobardía y degrada su humanidad. Para sanar a nuestra sociedad enferma, en la que se dificulta la convivencia cotidiana, mujeres y hombres debemos ser educados y formados, desde la infancia y a lo largo de toda la vida, en el respeto y la complementariedad, y en este sentido, la familia es fundamental.
Esta semana celebramos a la Virgen María en el misterio de haber nacido libre del pecado original. La Inmaculada Concepción tuvo un corazón limpio y generoso para amar a Dios y a su prójimo. Del mismo modo, todo hombre en este mundo debe aprender a ver, a respetar y a defender a las mujeres con un corazón como el de María.
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