"Dignitas infinita": texto íntegro en español sobre la dignidad humana

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COLUMNA

Comentario al Evangelio

Lecturas de la Misa del 10 de marzo 2024 y comentario al Evangelio

Dios quiere que todos los hombres se salven, pero esta manifestación de la voluntad divina no anula la voluntad de cada hombre.

8 marzo, 2024

Estas son las lecturas de la Misa dominical del 10 de marzo 2024

PRIMERA LECTURA

Del segundo libro de las Crónicas 36, 14-16. 19-23

En aquellos días, todos los sumos sacerdotes y el pueblo multiplicaron sus infidelidades, practicando todas las abominables costumbres de los paganos, y mancharon la casa  del Señor, que él se había consagrado en Jerusalén. El Señor,  Dios de sus padres, los exhortó continuamente por medio de sus mensajeros, porque sentía compasión de su pueblo y quería  preservar su santuario. Pero ellos se burlaron de los mensajeros  de Dios, despreciaron sus advertencias y se mofaron de sus profetas, hasta que la ira del Señor contra su pueblo llegó a tal grado, que ya no hubo remedio.

Envió entonces contra ellos al rey de los caldeos. Incendiaron la casa de Dios y derribaron las murallas de Jerusalén, pegaron fuego a todos los palacios y destruyeron todos sus objetos preciosos. A los que escaparon de la espada, los llevaron cautivos a Babilonia, donde fueron esclavos del rey y de sus hijos, hasta que el reino pasó al dominio de los persas, para que se cumpliera lo que dijo Dios por boca del profeta Jeremías:

Hasta que el país haya pagado sus sábados perdidos, descansará de la desolación, hasta que se cumplan setenta años. En el año primero de Ciro, rey de Persia, en cumplimiento de  las palabras que habló el Señor por boca de Jeremías, el Señor inspiró a Ciro, rey de los persas, el cual mandó proclamar de palabra y por escrito en todo su reino, lo siguiente: “Así habla Ciro, rey de Persia: El Señor, Dios de los cielos, me ha dado todos los reinos de la tierra y me ha mandado que le edifique una casa en Jerusalén de Judá.

En consecuencia, todo aquel que pertenezca a este pueblo, que parta hacia allá, y que su Dios lo acompañe”. Palabra de Dios.

SEGUNDA LECTURA

De la carta del apóstol san Pablo a los efesios 2, 4-10

Hermanos: La misericordia y el amor de Dios son muy grandes;  porque nosotros estábamos muertos por nuestros pecados, y él nos dio la vida con Cristo y en Cristo. Por pura generosidad suya, hemos sido salvados. Con Cristo y en Cristo nos ha resucitado y con él nos ha reservado un sitio en el cielo. Así, en todos los tiempos, Dios muestra, por medio de Jesús, la incomparable riqueza de su gracia y de su bondad para con nosotros.

En efecto, ustedes han sido salvados por la gracia, mediante la fe; y esto no se debe a ustedes mismos, sino que es un don de Dios. Tampoco se debe a las obras, para que nadie pueda presumir, porque somos hechura de Dios, creados por medio de Cristo Jesús, para hacer el bien que Dios ha dispuesto que hagamos. Palabra de Dios.

EVANGELIO

Del santo Evangelio según san Juan 3, 14-21



En aquel tiempo, Jesús dijo a Nicodemo: “Así como levantó Moisés la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea en él tenga vida eterna. Porque tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo  único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salvara por él. El que cree en él no será condenado; pero el que no cree ya está condenado, por no haber creído en el Hijo único de Dios.

La causa de la condenación es ésta: habiendo venido la luz al mundo, los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas. Todo aquel que hace el mal, aborrece la luz y no se acerca a ella, para que sus obras no se descubran. En cambio, el que obra el bien conforme a la verdad, se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios”. Palabra del Señor.

Comentario del Evangelio de hoy: El encuentro entre Jesús y Nicodemo

Nos encontramos en este IV domingo de Cuaresma conocido como «laetare», expresión latina que proviene de la antífona de entrada: «Laetare Ierusalem», que significa «Alégrate, Jerusalén».

Litúrgicamente, en este domingo se recomienda adornar con flores el templo, y usar el color rosa en el ornamento del sacerdote. El clima que hace emerger la liturgia de este día es de fiesta, gozo, alegría porque en el regreso de los hijos están los brazos abiertos del Padre quien, no castiga como merecen nuestras culpas, antes bien, nos concede una vida nueva en su perdón.

Teniendo presente este contexto, hoy nos encontramos con el pasaje que corresponde al encuentro entre Jesús y Nicodemo (Jn 3,1-21). San Juan evangelista, narra que cuando Nicodemo fue a querer encontrarse con el Señor «era de noche». Esta expresión evoca dos connotaciones: por una parte, Nicodemo por ser un «magistrado judío» y ser, en cierta forma representante del judaísmo oficial ortodoxo, salió de noche para que no fuera visto.

La otra connotación desea mostrar la interioridad de Nicodemo: él se encuentra en la oscuridad de la duda, la incomprensión y la incertidumbre, pues desea saber cómo puede ser posible la salvación.

En este diálogo, Jesús alude a un episodio del pueblo de Israel en el desierto, narrado en el libro de los números (Nm 21,4-9): muchos israelitas morían a causa de las mordeduras de las serpientes y Dios ordena a Moisés levantar una serpiente de bronce para que todo aquel que la viera no muriera. Bajo este suceso, Jesús muestra la necesidad de ser levantado sobre la Cruz, para la salvación de los hombres, muertos a causa del pecado.

La expresión «es necesario que el Hijo del hombre sea levantado», no anula la libertad de Cristo, sino que manifiesta, la total donación de quien ama profundamente llegando al sacrificio de sí mismo. Además, delante de la Cruz se produce la gran división de la historia personal y comunitaria: creer o no creer. Dios quiere que todos los hombres se salven, pero esta manifestación de la voluntad divina no anula la voluntad de cada hombre.

A cada uno de nosotros le corresponde adherirse o negarse a este amor único e inigualable. «La Cruz de Cristo –como expresó san Juan Crisóstomo– es la frontera que ilumina el terreno del bien y descubre las llagas oscuras del mal». Es el signo más fuerte del amor de Dios y el insuperable criterio que ilumina y orienta la vida en Cristo, quien nos amó hasta el extremo.

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